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4 Hábitos comunicativos positivos

Alcanzar una comunicación fluida y una relación de intimidad y confianza con los hijos depende, en buena parte, de la conducta de los padres. ¿Cómo favorecer y mejorar la comunicación con nuestros hijos? Podemos tener en cuenta los siguientes aspectos:

1.Establecer rutinas comunicativas mínimas. Es conveniente buscar espacios y oportunidades para hablar con nuestros hijos. Podríamos hacernos las siguientes preguntas: ¿Tenemos un tiempo y un espacio habitual pmama dice secretos pequenoara hablar con nuestros hijos? ¿Hay algún momento en el que soy especialmente accesible a mi hijo? Si la respuesta a estas preguntas fuera negativa, deberíamos encontrar espacios y oportunidades para ellos.

2.Hacer que los hijos se sientan escuchados. Es conveniente mostrar interés real por lo que dicen nuestros hijos, y por las cosas que les interesan o les preocupan; podemos mostrarles nuestra atención mirándoles a la cara, asintiendo con la cabeza, teniendo una postura receptiva… Debemos dejarles hablar sin interrumpir y sin darles consejos inmediatamente (escucha no reactiva). En ocasiones, podemos parafrasear para comprobar que hemos entendido bien el mensaje. Tenemos que evitar pensar en otras cosas mientras nos hablan (por ejemplo, en la lista de la compra o el trabajo) o atender dos cosas al mismo tiempo: a lo que nos está diciendo y a otra actividad que requiere nuestra atención (por ejemplo, cocinar, hojear el periódico o ver el telediario).

Recuerda que mostrar interés real por las cosas que le interesan o preocupan a nuestros hijos es un primer paso para poder hablar con ellos de las cosas que nos preocupan a los padres.

3.Demostrar a los hijos que pueden expresar sus inquietudes, sentimientos y opiniones sin ser infravalorados o ridiculizados, tanto sobre cosas “banales” (música, ropa…) como importantes (amigos, pareja, sexualidad, estudios, drogas…). Hay que evitar hacer comentarios como por ejemplo: “¿A ti te parece normal pensar así?”, “Cambias de novio cada mes y te deprimes como si fuera el amor de tu vida” o “¡Esta música es horrorosa!, ¿cómo puede gustarte esta basura?”.

En algunas ocasiones, mandamos mensajes ambivalentes que confunden a nuestros hijos: “Sé franco conmigo, pero no me digas nada que yo no quiera escuchar” o “Dímelo, no me lo digas”. Por ejemplo: Queremos que sean sinceros con nosotros, pero que no nos digan que fuman porros o que volvieron a ver a esa amiga que tan poco nos gusta. Es importante que respondamos a nuestros hijos a la siguiente pregunta: ¿Preferimos que sean sinceros con nosotros o que se abstengan de ofender nuestros sentimientos? Lo ideal es optar por la franqueza de nuestros hijos, pero deberemos contener nuestras angustias y enfados con lo que nos cuenten y pensar que gracias a que lo han dicho, podremos hablar con ellos del tema.

4.Tomar la iniciativa, sin presionar. O bien haciendo preguntas a nuestros hijos o bien hablando con ellos de nosotros mismos y de nuestras cosas -sin alargarnos mucho-. Por ejemplo: Al volver del trabajo el padre le comenta al hijo “Hoy he tenido un día muy duro, porque…. Y a ti, ¿qué tal te fue?, ¿qué has hecho hoy?”. En el caso de que no tengan ánimo de hablar, es mejor no presionar y posponer la conversación para otro momento.

Texto cedido por el IMFEF.

Los cinco principios de la comunicación

madre rizos hablando con nina capucha1)  Todo es comunicación:

En este primer punto, podemos tomar conciencia de que cualquier conducta comunica algo, y puesto que es imposible no comportarse, es imposible no comunicar. Podemos afirmar, por tanto, que todo es comunicación. Por ejemplo, aunque permanezcamos en silencio delante de nuestro hijo, siempre le estaremos comunicando algo: indiferencia, enfado, tristeza, vacío, inapetencia para hablar; siempre le vamos a comunicar algo, aunque no tengamos intención de hacerlo.

2) Hay dos niveles de comunicación: Contenido y Relación.

Siempre que comunicamos un contenido o información a otra persona, definimos también un tipo de relación con ésta. Por ejemplo, cuando le decimos a un hijo: “Te espero a las diez en casa”, una serie de elementos como el tono de voz, la expresión de la cara o los gestos, van a determinar el tipo de relación que establecemos con él (de alianza, imposición, duda…) y la manera de interpretar el contenido que le transmitimos.

Con frecuencia, luchamos con nuestros hijos por cambiar el tipo de relación que establecemos, pero si lo hacemos a través del contenido incrementaremos los conflictos. Por ejemplo, en la adolescencia es común que los hijos se rebelen a la autoridad de los padres, y que los padres intenten controlar la conducta de los hijos; ambos discuten encendidos por contenidos poco relevantes, pero por lo que luchan en el fondo es por el tipo de relación a establecer entre ellos (de jerarquía o de igualdad).

A menudo, para resolver los conflictos suele ser interesante hablar de la manera en la que nos estamos relacionando y no del contenido en concreto por el que estamos discutiendo. Por ejemplo: “¿No te da la sensación de que los dos nos estamos encendiendo demasiado por esta tontería?”; “cuando me hablas así, me haces daño”; o “siento que a veces te agobio, y lo siento, pero quiero que sepas que aún quiero apoyarte y cuidarte”.

3) La causa de los conflictos es relativa:

La causa de los conflictos recurrentes es relativa, pues depende de dónde sitúa cada uno el inicio de los mismos. Pensemos, por ejemplo, en unas discusiones recurrentes entre padres e hijo; el hijo piensa sobre los padres: “me rebelo porque me tratan como a un niño pequeño”, y los padres piensan sobre el hijo: “le regañamos porque se porta como un niño rebelde”… Todo depende de dónde situamos la causa del conflicto, si en la rebeldía o en el regaño.

Por lo general, las personas que intervienen en una interacción creen que su punto de vista es el “correcto” y reprochan a los otros  por su postura. Sin embargo, las maneras de interactuar y comunicarse se refuerzan mutuamente, por lo que ambos tienen parte de responsabilidad.

A la hora de buscar cambios, es importante tener en cuenta que sólo tenemos acceso a cambiarnos a nosotros mismos y que las responsabilidades de cambio siempre son compartidas. Cambiar la manera de ver la causa de los conflictos nos ayudará a encontrar soluciones a los mismos.

4) Comunicación verbal y no verbal:

Nos comunicamos mediante dos formas distintas:

  • Verbal: La relación entre lo que designamos y el modo en que lo hacemos es arbitraria. Por ejemplo, no existe relación alguna entre la sensación de alegría y la palabra “alegría”.
  • No verbal: En ella, existe una relación entre lo designado y lo que lo designa. Por ejemplo, sonreímos para mostrar alegría.

El Contenido, lo que comunicamos, se suele transmitir de modo verbal y lo Relacional, la relación que construimos al comunicarnos, de modo no verbal.

5) Relaciones simétricas y complementarias.

Una relación simétrica está basada en la igualdad, los dos participantes están en igualdad de condiciones y funcionan cooperando. Por ejemplo, nuestro hijo baja a tirar la basura mientras nosotros estamos preparándole la cena. Una variedad problemática de este tipo de relación es la Escalada Simétrica, en la que se rompe la cooperación y se entra en una lucha por ver quién es el más fuerte. Por ejemplo: Discusiones fuertes entre padres y adolescentes por la hora de llegada, o Padres que insisten en que el hijo les cuente qué ha hecho con los amigos, pero el hijo se rebela callando.

Por otro lado, una relación complementaria se basa en la desigualdad de poder y tiende a reforzarse con la interacción. Por ejemplo: Padres que animan a que el hijo tímido hable; cuanto más se le insiste, más se inhibe.

Causas de la crisis de autoridad con los adolescentes

chicas en camionActualmente, algunos padres creen que no pueden hacer nada a la hora de educar a los adolescentes, se limitan a mantenerlos (alimentación, vivienda y ropa) además de mucho ocio y una escuela, en la que en ocasiones, se le pide que eduquen a sus hijos.

A veces se actúa así no por dejadez, sino porque los padres se encuentran desorientados, desmotivados, desbordados y sin habilidades específicas. Algunos de los factores e ideas que dificultan el ejercicio de la autoridad son:

  • Las modificaciones en los roles de padre y madre. A veces se generan involuntariamente vacíos de poder.
  • Influencias mediáticas y presiones sociales o grupales (televisión, amigos, grupos, mensajes sociales confusos, etc.)
  • El poco tiempo que tenemos para compartir, educar y relacionarse, al que obliga el tipo de vida que se lleva en la actualidad.
  • Los sentimientos de culpa de los padres y madres trabajadores, al tener que compartir difícilmente trabajo y familia.
  • La identificación de la autoridad con el autoritarismo, que nos aleja de todo lo relacionado con el concepto de disciplina, al igualarlo al de humillación.
  • La idea de ser unos padres perfectos, que hace asumir más el papel de amigo de mis hijos, que el de referente adulto.
  • El miedo a que la práctica de la autoridad le haga infeliz, le provoque traumas, hace que se le permita todo.
  • La modificación de los sistemas de valores en la sociedad actual, donde el mayor valor es ser joven, menoscabándose otros como el respeto al adulto, el valor de la madurez o los criterios que dan la experiencia.
  • El desfase entre unos valores de necesidad de subsistencia y la situación actual de superabundancia, en las dos generaciones que están involucradas en la educación.

Texto cedido por el IMFEF.

Cuento zen: El bambú japonés

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.bambu

También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: “¡Crece, maldita seas!”…

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo trasforma en no apto para impacientes: siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de solo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30 metros!

¿Tardó sólo seis semanas en crecer?
No. La verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo. Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta.

Carta de un padre a su hijo

Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor. Te regañé porque estabas tardando demasiado en desayunar, te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta.

mano padre nino pequenaComenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te volví a regañar y te empujé para que fueras a cambiarte de inmediato.

Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del coche tenías la mirada perdida. Te despediste de mí tímidamente y yo sólo te advertí que no te portaras mal.

Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puestos tus pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos; que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte. Te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras andabas te indiqué que caminaras erguido.

Más tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque no parabas de jugar. Con un golpe sobre la mesa grité que no soportaba más ese escándalo y subí a mi cuarto.

Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude. ¿Cómo podía un padre, después de hacer tal escena de indignación, mostrarse sumiso y arrepentido?

Luego escuché unos golpecitos en la puerta. “Adelante”, dije, adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación. Te miré con seriedad y pregunté: “¿Te vas a dormir? ¿Vienes a despedirte?”

No contestaste. Caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente. Te abracé… y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suavemente en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba.”Hasta mañana papá” me dijiste.

¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente? Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueras igual a mí y ciertamente no eres igual.

Tú tienes unas cualidades de las que yo carezco: eres legítimo, puro, bueno y, sobre todo, sabes demostrar amor.

¿Por qué me costaba tanto trabajo? ¿Por qué tenía el hábito de estar siempre enfadado? ¿Qué es lo que me estaba aburriendo? Yo también fui niño. ¿Cuándo fue que comencé a contaminarme?

Después de un rato entré a tu habitación y encendí con cuidado una lámpara. Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé.

Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude contener el sollozo y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste. Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Te cubrí cuidadosamente y salí de la habitación.

Seguro que algún día sabrás que los padres no somos perfectos, pero sobre todo, ojalá te des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.

(Desconozco el autor).

Carta de un hijo a todos los padres y madres del mundo

No me des todo lo que te pido.
A veces, sólo pido para ver hasta cuánto puedo coger.

No me grites.
Te respeto menos cuando lo haces;
y me enseñas a gritar a mí también.
Y…  yo no quiero hacerlo.

No me des siempre órdenes.
Si en vez de órdenes, a veces me pidieras las cosas,
yo lo haría más rápido y con más gusto.

Cumple las promesas, buenas y malas.
Si me prometes un premio, dámelo;
pero también si es un castigo.

No me compares con nadie,
especialmente con mi hermano o mi hermana.
Si tú me haces sentirme mejor que los demás,
alguien va a sufrir;
y si me haces sentirme peor que los demás,
seré yo quien sufra.

No cambies de opinión tan a menudo
sobre lo que debo hacer.
Decide y mantén esa decisión.

Déjame valerme por mí mismo.
Si tú haces todo por mí,
yo nunca podré aprender.

No digas mentiras delante de mí,
ni me pidas que las diga por ti,
aunque sea para sacarte de un apuro.
Me haces sentirme mal
y perder la fe en lo que me dices.

Cuando yo hago algo malo,
no me exijas que te diga el por qué lo hice.
A veces ni yo mismo lo sé.

Cuando estés equivocado en algo, admítelo,
y crecerá la buena opinión que yo tengo de ti,
y así me enseñarás a admitir mis equivocaciones.

Trátame con la misma amabilidad y cordialidad
con que tratas a tus amigos.
Porque seamos familia
no quiere decir que no podamos ser amigos también.

No me digas que haga una cosa
si tú no la haces.
Yo aprenderé siempre lo que tú hagas,
aunque no me lo digas.
Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.

Cuando te cuente un problema mío,
no me digas “no tengo tiempo para bobadas”,
o “eso no tiene importancia”.
Trata de comprenderme y ayudarme.

Y quiéreme. Y dímelo.
A mí me gusta oírtelo decir,
aunque tú no creas necesario decírmelo.

(Desconozco el nombre del autor)

Soluciones que sólo complican las cosas IV: Pretender que alguien elija libremente lo que le impongo.

Otro proceso interpersonal que complica las cosas es cuando alguien quiere que otro elija libremente lo que él le impone. En otras palabras, uno de los interlocutores desea que el otro se someta libremente a su voluntad. Algunos de los desacuerdos conyugales provienen de este tipo de procesos: él – o ella – expresa sus deseos de manera más o menos indirecta y el otro – la otra -, si accede a estos deseos, no vale porque ha sido sugerido, forzado; y si no accede, tampoco vale porque no “comprende”, no se somete a, los deseos del primero.

“Quiero que él comprenda mi situación y salga de él…- volver antes o colaborar en casa, ser más comprensivo con mis amistades, o más considerado con mis necesidades, con mis aficiones-.”

También es habitual este proceso en los problemas relacionados con la educación de los hijos. Casi todos los padres quieren que sus hijos obedezcan, que sean responsables y colaboradores; pero algunos esperan que sus hijos deseen obedecer, responsabilizarse, colaborar… y que lo hagan de buena gana, que “salga de ellos”, que quieran hacer lo que sus padres quieren que hagan.

“No sale de él ponerse a estudiar, por eso tengo que adelantarme y obligarle a hacerlo; así nunca aprenderá a estudiar por su cuenta, a responsabilizarse de sus cosas”. Y efectivamente, nunca aprenderá porque no tiene la oportunidad de hacerlo y, menos aún, de demostrarlo.

Rodriguez-Arias Palomo, J.L.; Venero Celis, M. (2006) Terapia familiar breve: Guía para sistematizar el tratamiento psicoterapéutico.  Madrid: Editorial CCS.