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Aprendiendo a leer las emociones de los demás

“Nunca olvido una cara pero con la suya voy a hacer una excepción.”
Groucho Marx


Los nuevos avances en neurociencia permiten comprender cómo, a través del rostro, entendemos las emociones de los demás como paso previo a la generación de empatía y confianza.


Durante millones de años, la evolución ha dotado a nuestro rostro de la capacidad de expresar multitud de matices emocionales y, a su vez, a nuestra percepción de la habilidad para saber interpretar, de manera innata las expresiones faciales. No todos/as somos igual de buenos/as leyendo las emociones escritas en la cara de los/as demás. El problema surge cuando las leemos correctamente pero malinterpretamos lo que las motivó.

La neurocientífica Nancy Kanwisher y su equipo identificaron en 1997 una región
en el encéfalo humano que reaccionaba de forma específica a los rostros: su función es el reconocimiento de caras. Dicha región se halla conectada, entre otras, con las áreas
emocionales, en especial con la amígdala. Es la zona del cerebro encargada de dar
instrucciones al sentido de la vista para que examine las características del rostro que
revelan la emoción.

Emociones básicas


Según descubrieron Paul Ekman y Wallace Friesen (1978), la expresión facial depende de 18 músculos, que son capaces de ejecutar 43 movimientos o acciones musculares que dan lugar a más de 10.000 configuraciones faciales, y algunas de ellas son reconocibles como emociones. Ekman demostró que existen seis expresiones reconocibles por personas de cualquier cultura: alegría, tristeza, sorpresa, miedo,
satisfacción/desagrado y rabia. En cualquier lugar del mundo se reconocen estos gestos
faciales y se relacionan con la emoción que los motiva.


Identificó, también, las expresiones faciales de cada una de estas emociones:
• Alegría: Se elevan las mejillas y los ojos se cierran levemente. Las comisuras de
los labios se desplazan hacia atrás y hacia arriba. Los labios se separan.
• Tristeza: Se eleva la parte interior de las cejas. Las comisuras de los labios descienden; los labios pueden llegar a temblar.
• Ira: Las cejas descienden y se contraen. Se eleva el párpado superior. Se elevan
los párpados inferiores y se cierran levemente los ojos. Se dilatan las fosas
nasales. Se tensan los labios: se juntan y aprietan. Se eleva la barbilla.
• Miedo: Se eleva la parte interior de las cejas. Descenso y contracción de la parte
externa de las cejas. Se alarga la comisura de los labios. Los labios se separan.
• Asco: Las cejas descienden y se contraen. Se elevan las mejillas y los ojos se
cierran levemente. Cierre acentuado de los párpados. Se frunce la nariz. Se eleva
el labio superior. Se eleva la barbilla.

Todos/as hemos podido comprobar lo incómodo que resulta hablar con alguien que
lleva puestas gafas de sol. Esta incomodidad se debe a que las gafas nos están privando
de una gran cantidad de información. Se dice que los ojos son las “ventanas al alma”.
Podemos conocer mucho sobre lo que está sintiendo el/la otro/a a través de sus ojos. Por ejemplo, cuando alguien nos mira fijamente lo interpretamos como un signo de cariño o simpatía, siempre que la mirada no sea demasiado sostenida porque, si no, llegamos a la conclusión de que está enfadado/a con nosotros/as y puede ser peligroso. Por el contrario, si alguien evita el contacto visual, entendemos que es antipático, no le gustamos o que es tímido.

La expresión facial nos da mucha información sobre el estado emocional de las personas, pero cuanto más complicado nos resulta descifrar lo que vemos, vamos ampliando de modo automático el foco de atención hacia la voz o el lenguaje corporal. Por ejemplo, cuando vemos a alguien rascarse, frotarse, tocarse, etc., interpretamos que está nervioso. Nuestro cerebro procesa información proveniente de diversas fuentes, incluso del olfato, para saber interpretar qué están sintiendo los demás.

¿Qué sabes sobre el arma más poderosa?

“La empatía es la mayor virtud. Desde ella, todas las virtudes fluyen”. Eric Zorn.


No existe una definición consensuada sobre qué es empatía, pero en los últimos años casi todos los investigadores están de acuerdo en que la empatía cuenta con un
componente emocional (la capacidad de sentirse cerca de las emociones del otro) y otro cognitivo (la capacidad de comprender mediante el pensamiento la mente del otro).

EMPATÍA EMOCIONAL
“La primera forma de empatía nació de la sintonía emocional entre la hembra y sus crías.”
Frank de Waal

La empatía emocional hace referencia a la reacción emocional por parte del individuo que observa las experiencias de otros y se coloca en su mismo lugar. Se trataría de una empatía primordial formada por la capacidad de captar las emociones ajenas de manera intuitiva y automática, no intencionada y causada por las neuronas espejo.

Podemos observar que la alegría, la tristeza, el miedo, el asco, etc. son emociones
susceptibles de ser compartidas por quien las observa. Nuestras relaciones con el entorno y con nuestros propios comportamientos emotivos dependen de nuestra capacidad para comprender las emociones ajenas. Cuando vemos a otra persona en apuros, parece que inconscientemente simulamos tales apuros en nuestra mente, como si sintiéramos las sensaciones desagradables de la otra persona y ello nos llevará a actuar para aliviar su situación. La actividad de las neuronas espejo (Rizzolatti, G. y Sinigaglia, C., 2006) parece indicar que la observación de la acción llevada a cabo por otros evoca en el cerebro del observador la misma reacción que si lo hiciera él mismo. Los sistemas de neuronas espejo posibilitan el aprendizaje de gestos por imitación: sonreír, caminar, hablar, bailar, jugar al fútbol, etc., pero también nos sirven para sentir que nos caemos cuando vemos en el suelo a otra persona, sentir pena cuando alguien llora, sentir una maravillosa alegría compartida, etc.

El mecanismo de las neuronas espejo es el que permite la comprensión inmediata
del estado emocional de los demás, antes de cualquier mediación cultural o lingüística.
La empatía emocional cuenta con dos dimensiones, por un lado la preocupación
empática y por otro el malestar personal (Mestre Escrivá V. et all, 2004).

Preocupación empática: incluye los sentimientos de compasión, preocupación y cariño ante el malestar de otros. Se trata de lo que siento yo hacia el otro.
Malestar personal: son los sentimientos de ansiedad y malestar que la persona manifiesta al observar las experiencias negativas de los demás. Se trata de lo que siento yo ante el sufrimiento de otros.

EMPATÍA COGNITIVA
“El cerebro está estructurado con una capacidad innata para trascender las fronteras de la piel de su propio cuerpo e integrarse con el mundo, especialmente con el mundo de los otros cerebros.” Siegel


La empatía cognitiva es la capacidad de comprender el punto de vista o estado
mental del otro. En este proceso intelectual entran en juego la memoria, el
reconocimiento, las deducciones y las previsiones. Es una elaboración controlada e
intencional, que mediante el pensamiento y el razonamiento nos permite comprender la situación por la que está atravesando el otro y así poder prevenir su comportamiento y actuar al respecto.

En la empatía cognitiva podemos diferenciar dos dimensiones, por un lado la toma
de perspectiva y por otro la fantasía (Mestre Escrivá V. et all, 2004).


Toma de perspectiva: es la capacidad para adoptar la perspectiva del otro ante
situaciones reales de la vida cotidiana, la habilidad para comprender el punto de vista de la otra persona.
Fantasía: evalúa la tendencia a identificarse con personajes del cine y la literatura, es
decir, la capacidad imaginativa para ponerse en situaciones ficticias

La importancia de la duración e intensidad de las emociones


“Las emociones, en efecto, no siguen un orden fijo. Antes bien, y al igual que las partículas del éter, prefieren revolotear con libertad y flotar eternamente trémulas y cambiantes.” Yukio Mishima


Es fundamental saber qué emoción estoy sintiendo, pero no menos importante es
prestar atención a su duración e intensidad. No será lo mismo experimentar una emoción de manera puntual o de forma permanente. Por ejemplo, como cuenta José Luis Zaccagnini en su libro “Inteligencia Emocional” (2004): no es lo mismo que mi pareja me produzca una emoción desagradable de manera puntual o que la emoción desagradable (miedo, ira, tristeza, etc.) sea la norma. Y al contrario, no me estará diciendo lo mismo una emoción agradable de carácter puntual, como por ejemplo, el alivio que siento cuando nos reconciliamos tras una discusión, que el bienestar habitual que siento en compañía de mi pareja.

grayscale photo of woman crying holding her right chest

Todos sentimos fluctuaciones en nuestro estado emocional, no es un problema que
requiera especial atención ni la ayuda de un profesional. En poco tiempo estas
perturbaciones se corrigen espontáneamente. Pero si definimos una leve tristeza, por
ejemplo, como un problema y tomamos voluntariamente determinadas medidas para
corregirla y evitar su reaparición puede que, entonces sí, estemos ante un verdadero
problema.
En cuanto al segundo parámetro, la intensidad, tendremos que estar pendientes
del grado de proporcionalidad entre el evento desencadenante y la magnitud de mi
reacción. Esta proporcionalidad es muy variable entre una persona y otra dependiendo de sus valores, creencias, vivencias, temperamento etc. Si queremos que la intensidad de la emoción nos dé la mejor información posible tendremos que conocernos bien a nosotros/as mismos/as y saber cómo solemos reaccionar ante una misma situación. Por ejemplo, si habitualmente tienes mucha paciencia pero en los últimos días te enfadas con facilidad, será conveniente que te pares y mires a tu alrededor y dentro de ti, buscando qué ha cambiado para ser capaz de gestionar la situación de la manera lo más satisfactoria posible.

Desconectando el piloto automático para identificar mis emociones

Algunos encuentran el silencio insoportable porque tienen demasiado ruido dentro de
ellos mismos”
. Robert Fripp


Realizar actividades de manera automática es necesario porque nuestra capacidad
atencional es limitada, pero es conveniente no dejarnos arrastrar y aprender a centrarnos cada cierto tiempo en el aquí y el ahora, observando con atención lo que siente nuestro cuerpo, los pensamientos que pasan como nubes por nuestra cabeza, y lo que estamos haciendo o tenemos ganas de hacer.

Nuestra cabeza da vueltas y vueltas sin que nos demos cuenta y lo hace de manera automática. Mentalmente viajamos en el espacio y en el tiempo. Puedo estar en el trabajo y pensando en qué voy a comprar cuando llegue al súper, o lamentándome por
haber contestado de manera tan inapropiada a mi madre. Saber parar y focalizar nuestra atención en el momento presente no es tarea fácil. Vivimos conectados a una especie de piloto automático frenético que nos impide prestar atención a lo que estamos sintiendo, pensando y haciendo en cada momento.

En los últimos años se han publicado numerosas investigaciones que demuestran
la utilidad del mindfullnes o atención plena en la gestión emocional. Williams, Teasdale,
Segal y Kabat-Zinn en su libro titulado “Vencer la depresión” (2010) nos cuentan cómo “La
atención plena no consiste en prestar más atención, sino prestar atención de una forma
distinta y más sabia: con toda la mente y todo el corazón, utilizando todos los recursos del
cuerpo y de sus sentidos”
.


Las emociones nos hablan a través de nuestro cuerpo, pero cuando no las escuchamos se ven obligadas a gritarnos a través de diversas somatizaciones. Los problemas psicosomáticos implican la expresión de malestar emocional a través de síntomas físicos no explicados por ninguna patología de origen físico. Determinados dolores de cabeza, cervicales, de espalda, de mandíbula, abdominal, etc.; molestias como náuseas, vómitos reflujos; o determinadas enfermedades de la piel, tienen entre sus causas un fuerte componente emocional.


“Tengo un nudo en la garganta”, “siento mariposas en el estómago”, “me cago de miedo”, “con el corazón en un puño”, “se me pone la piel de gallina”… Empleamos muchas expresiones para expresar cómo nos sentimos y casi todas hacen referencia a partes de nuestro cuerpo.

Podemos darnos cuenta de cuál es la emoción que estamos sintiendo en un determinado momento si somos capaces de prestar atención a lo que estamos sintiendo físicamente, pensando y haciendo (o con ganas de hacer).