Archivo de la etiqueta: Normas y límites

Cómo decir NO utilizando la técnica del disco rayado

En muchas ocasiones, un NO, es la forma de manifestar nuestro criterio y defender nuestra postura. Cuando queremos decir NO, y lo decimos sin sentir culpa, ganamos en seguridad y autoestima.

Tenemos que ser capaces de decir NO de manera clara e inequívoca, pero procurando que el otro no se sienta ofendido.

A la hora de decir NO iremos a grano. Podremos dar razones, pero nunca, excusas ni justificaciones.

Existen diversas técnicas para decir NO, pero una de las más eficaces cuando el otro se pone muy insistente es la Técnica del disco rayado:

  • Consiste en repetir un pequeño argumento y el NO, una y otra vez, discomanteniendo la calma en todo momento.
  • No entraremos en discusiones, ni haremos caso a las provocaciones que nos puedan hacer. Tampoco daremos más razones ni justificaciones.
  • Insistiremos en repetir nuestro argumento y el NO, una y otra vez, hasta que la otra persona quede convencida o, por lo menos, se dé cuenta de que no va a conseguir nada con su insistencia.

Por ejemplo, si nuestra hija nos pide un móvil de manera insistente podremos decirle: “Hemos decidido que es pronto para que tengas móvil y no te lo vamos a comprar”.

Y si sigue insistiendo, repetirlo un y otra vez, manteniendo la calma, y sin entrar a dar más razones ni justificaciones.

Este mensaje verbal, para ser efectivo, tiene que ir acompañado de un lenguaje no verbal que transmita seguridad y contundencia sin llegar a ser agresivo. Que diga algo así como:”Por mucho que insistas no voy a cambiar de opinión, esta es mi última palabra.”

No podemos olvidar que el peor NO es el que no hemos sido capaces de decir por miedo, culpa o indecisión, es el que se queda dentro de nosotros mermando nuestra autoestima y haciendo que acumulemos rencor y resentimiento.

Cómo decir no utilizando la técnica del bocadillo

En muchas ocasiones, un NO, es la forma de manifestar nuestro criterio y defender nuestra postura. Cuando queremos decir NO, y lo decimos sin sentir culpa, ganamos en seguridad y autoestima.

Tenemos que ser capaces de decir NO de manera clara e inequívoca, pero procurando que el otro no se sienta ofendido.

A la hora de decir NO iremos a grano. Podremos dar razones, pero nunca, excusas ni justificaciones.

Hay diversas técnicas para decir NO, y una de las más eficaces, es la Técnica del bocadillo. Consiste en disminuir la carga negativa del NO, con la empatía y el refuerzo.

  • Lo primer qué haremos, será empatizar o expresar algo positivo. (Esto, bocadillohará que se abran los canales de comunicación favoreciendo que seamos escuchados).
  • Después, vendrá el NO, con un pequeño argumento, sin excusas ni justificaciones.
  • Y para terminar, expresaremos de nuevo algo positivo o empatizaremos. (Esto mitigará la carga negativa del NO, favoreciendo que la otra persona no se sienta ofendida).

 Por ejemplo, si nuestra hija nos pide un móvil de manera insistente.

  • Podremos empezar con el refuerzo, para que nos escuche sin ponerse a la defensiva, diciéndole: “En otras ocasiones has sido muy comprensiva y respetuosa con nuestras decisiones.”
  • Luego vendría el No, por ejemplo: “Y esta vez, tu padre y yo, hemos decidido que todavía no te lo vamos a comprar.”
  • Para terminar utilizaremos la empatía para disminuir las probabilidades de conflicto: “Entiendo que quieras un móvil porque todas tus amigas tienen uno, y entiendo también tu enfado, pero espero que con el tiempo entiendas nuestra decisión.”

Este mensaje verbal, para ser efectivo, tiene que ir acompañado de un lenguaje no verbal que transmita seguridad y contundencia sin llegar a ser agresivo. Que diga algo así como:”Por mucho que insistas no voy a cambiar de opinión, esta es mi última palabra.”

No podemos olvidar que el peor NO es el que no hemos sido capaces de decir por miedo, culpa o indecisión, es el que se queda dentro de nosotros, mermando nuestra autoestima y haciendo que acumulemos rencor y resentimiento.

Aprender a hacer reconocimientos

ramoEs importante saber hacer críticas, pero no sólo debemos fijarnos en lo que de los demás nos disgusta. A todos nos gusta que nos resalten nuestras cualidades positivas, por pequeñas que éstas sean, y aunque hacemos muchas cosas bien, no siempre dedicamos a los puntos fuertes toda la atención que merecen.

Nuestros hijos también necesitan saber lo que de ellos nos agrada. Por este motivo, también debemos prestar atención a las muchas cosas que nos parecen agradables y “correctas” de ellos, incluso a las excepciones (por ejemplo, nuestro hijo nunca recoge la mesa, pero hoy lo hizo). Nuestros hijos aprenderán mucho más rápido si resaltamos sus aciertos y valoramos sus logros, por sencillos que éstos sean, porque les motivamos y estimulamos para seguir mejorando. Por eso, debemos dedicar tiempo para conocer sus aspectos positivos y expresárselo en forma de reconocimientos.

Un reconocimiento es un comentario positivo que hacemos a la otra persona, con amabilidad y sinceridad. Con ello, le ponemos de manifiesto con nuestras palabras algunas de sus cualidades más positivas.

Los reconocimientos positivos pueden señalar características naturales (“¡Qué guapa eres!”), sus acciones (“Has estudiado muchísimo!,¡menudas notas me traes!¡” o “gracias por echar una mano recogiendo la mesa”) y sus actitudes (“eres muy cariñoso”). Como vemos, existen muchas posibilidades de expresar comentarios positivos a una persona.

(Texto cedido por el IMFEF)

Cómo pedir disculpas

Quizá le hayamos tratado con poco respeto, puede que hayamos desconfiado de él sin motivo, es posible que no hayamos sido justos con él o puede que no hayamos sido capaces de ver sus esfuerzos por hacer algo. Cuando nuestro hijo nos critique por ello, quizá nos sintamos mal y tengamos la necesidad de disculparnos. No temamos en hacerlo. Ello no implica mostrarnos débiles o perder la autoridad. Con la disculpa, nuestros hijos sabrán que sus opiniones y sus sentimientos son respetados y valorados. Para ello debemos:

  • Buscar el momento adecuado. Sin esperar demasiado, pero dando un tiempo para que se enfríen los ánimos.ramos de tulipanes
  • Expresar cómo nos sentimos en primera persona (“oye, siento mucho…”, “estoy disgustada por lo que ha pasado…”, “te quería pedir disculpas por lo que te dije antes”).
  • No exagerar ni darle más importancia de la que tiene
  • Explicar nuestro error con claridad y brevedad. No hay que hacer de ello una nueva discusión.
  • Escuchar al otro.

(Texo cedido por IMFEF)

Aprender a hacer críticas constructivas

abuela riendoSon muchas las situaciones en las que tenemos que llamar la atención a nuestros hijos por su comportamiento. A menudo nos vemos en la necesidad de criticar su forma de actuar para que respeten las normas del hogar, atiendan a su higiene y cuidado personal, mejoren su relación con nosotros o sus hermanos,… Para adentrarnos en el manejo de estas situaciones mediante formas adecuadas de comunicación, vamos a desarrollar en este punto el lenguaje de las críticas.

Según la Real Academia de la Lengua Española, una crítica es un “examen o juicio sobre alguien o algo”. Aunque este juicio u opinión puede ser positivo o negativo, coloquialmente solemos entender por crítica un juicio negativo. Podemos distinguir dos tipos de críticas:

1) Críticas destructivas: Acostumbramos a hacerlas por medio de generalizaciones, a menudo negativas, sobre otra persona y/o su conducta, sin aportar sugerencias sobre la manera de mejorar. Criticar así a nuestros hijos no resulta nada útil, e incluso puede ser negativo.

2)  Críticas constructivas: Son mucho más útiles, pues dan información a nuestros hijos sobre la conducta concreta que queremos que cambien; incluyen aspectos positivos y sugerencias para cambiar los aspectos negativos.

Para hacer una crítica constructiva podemos tener en cuenta lo siguiente:

1. Definir de manera clara y concisa el motivo de la crítica. Por ejemplo, “No has llegado puntual al colegio”, “has suspendido tres asignaturas”.

2. Recordar que expresamos nuestra opinión sobre la actuación de la otra persona. Por lo tanto, una manera de empezar  a hacer críticas constructivas es utilizar expresiones en primera persona, como: “Me parece”, “Yo creo”, “Yo diría” (mensajes “Yo”). Podemos expresar cómo nos hemos sentido ante ese comportamiento, sin temor a expresar sentimientos negativos -enfado, tristeza-: “Así no puedo tener ordenado el salón, me incomoda muchísimo”, “Estoy muy enfadada, has vuelto a suspender las mismas asignaturas que el trimestre anterior”.

3. Rescatar aspectos positivos si es posible. A todo el mundo le gusta que le digan que lo hace bien. Si empezamos destacando los aspectos positivos, nuestro hijo (o pareja) tendrá una mejor disposición para aceptar los aspectos negativos, pues le demostraremos que no vamos “a pillarle”. Ejemplo: “Estoy muy contento contigo; veo que estás intentando poner de tu parte… pero…”

4. Evitar generalizar. Los términos “siempre” y “nunca” raras veces son ciertos y dificultan que la otra persona nos escuche. Así, es mejor decir: “Te veo algo ausente” que “siempre estás en la parra”, o “Te has olvidado de tirar la basura” que “nunca haces nada en condiciones”. Se trata de ayudar a la otra persona a ser más consciente de su conducta. Por lo tanto, los comentarios genéricos no le ayudan, hay que precisar.

5. Hablar de lo que “hace”, no de lo que “es”. Es mejor describir con precisión la conducta del otro que ponerle etiquetas personales. Éstas no ayudan a que el otro cambie, sino que refuerzan sus defensas. Así, en vez de decir “¡eres un desastre!” es mejor describir con claridad el hecho que ha motivado el conflicto, de forma breve y clara: “Te has dejado los zapatos en el salón”. Es importante no confundir un error puntual con una característica de la personalidad; una manera de no permitir que se desarrolle la autoestima de nuestros hijos es tacharles de “malos”, “vagos” o “desobedientes” cuando han hecho algo mal (¡y cuidado!, que el profeta cree que adivina el futuro pero no que lo genera). En este caso, se está confundiendo una cosa puntual con toda la personalidad del niño. Hablar de lo que es una persona sería: “¡eres un vago!”; mientras que hablar de lo que hace sería: “No has hecho los deberes ni tampoco tu cama”.

6. Administrar las críticas. Es mejor criticar los temas de uno en uno, evitando aluviones de críticas. Por ejemplo, no sería conveniente “aprovechar” que se está discutiendo sobre la impuntualidad para reprocharle de paso sus despistes, sus olvidos y lo poco cariñoso que se muestra. También es mejor que nos centremos en el momento presente sin remover el pasado.

7. Proponer alternativas. Conviene acompañar la crítica con sugerencias, focalizando más en el cambio. Hace falta, sin embargo, describir de manera clara y precisa la conducta alternativa que proponemos, cómo esperamos que se comporte. Por ejemplo: “Espero que si vuelves a llegar tarde en otra ocasión, nos llames antes por teléfono” mejor que “ya sabes lo que tienes que hacer”. No se puede dejar una crítica sin este punto, ya que si no, la otra persona puede que no sepa cómo llevar a cabo el cambio de conducta que le estamos pidiendo.

8. Agradecer la escucha y pedir la opinión del otro. Por ejemplo: El padre le da una palmada en la espalda a su hijo y le pregunta: “¿Qué piensas de lo que hemos hablado?, ¿ahora lo habrías hecho de otra manera?”

(Texto cedido por el IMFEF)

Causas de la crisis de autoridad con los adolescentes

chicas en camionActualmente, algunos padres creen que no pueden hacer nada a la hora de educar a los adolescentes, se limitan a mantenerlos (alimentación, vivienda y ropa) además de mucho ocio y una escuela, en la que en ocasiones, se le pide que eduquen a sus hijos.

A veces se actúa así no por dejadez, sino porque los padres se encuentran desorientados, desmotivados, desbordados y sin habilidades específicas. Algunos de los factores e ideas que dificultan el ejercicio de la autoridad son:

  • Las modificaciones en los roles de padre y madre. A veces se generan involuntariamente vacíos de poder.
  • Influencias mediáticas y presiones sociales o grupales (televisión, amigos, grupos, mensajes sociales confusos, etc.)
  • El poco tiempo que tenemos para compartir, educar y relacionarse, al que obliga el tipo de vida que se lleva en la actualidad.
  • Los sentimientos de culpa de los padres y madres trabajadores, al tener que compartir difícilmente trabajo y familia.
  • La identificación de la autoridad con el autoritarismo, que nos aleja de todo lo relacionado con el concepto de disciplina, al igualarlo al de humillación.
  • La idea de ser unos padres perfectos, que hace asumir más el papel de amigo de mis hijos, que el de referente adulto.
  • El miedo a que la práctica de la autoridad le haga infeliz, le provoque traumas, hace que se le permita todo.
  • La modificación de los sistemas de valores en la sociedad actual, donde el mayor valor es ser joven, menoscabándose otros como el respeto al adulto, el valor de la madurez o los criterios que dan la experiencia.
  • El desfase entre unos valores de necesidad de subsistencia y la situación actual de superabundancia, en las dos generaciones que están involucradas en la educación.

Texto cedido por el IMFEF.

Carta de un padre a su hijo

Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor. Te regañé porque estabas tardando demasiado en desayunar, te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta.

mano padre nino pequenaComenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te volví a regañar y te empujé para que fueras a cambiarte de inmediato.

Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del coche tenías la mirada perdida. Te despediste de mí tímidamente y yo sólo te advertí que no te portaras mal.

Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puestos tus pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos; que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte. Te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras andabas te indiqué que caminaras erguido.

Más tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque no parabas de jugar. Con un golpe sobre la mesa grité que no soportaba más ese escándalo y subí a mi cuarto.

Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude. ¿Cómo podía un padre, después de hacer tal escena de indignación, mostrarse sumiso y arrepentido?

Luego escuché unos golpecitos en la puerta. “Adelante”, dije, adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación. Te miré con seriedad y pregunté: “¿Te vas a dormir? ¿Vienes a despedirte?”

No contestaste. Caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente. Te abracé… y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suavemente en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba.”Hasta mañana papá” me dijiste.

¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente? Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueras igual a mí y ciertamente no eres igual.

Tú tienes unas cualidades de las que yo carezco: eres legítimo, puro, bueno y, sobre todo, sabes demostrar amor.

¿Por qué me costaba tanto trabajo? ¿Por qué tenía el hábito de estar siempre enfadado? ¿Qué es lo que me estaba aburriendo? Yo también fui niño. ¿Cuándo fue que comencé a contaminarme?

Después de un rato entré a tu habitación y encendí con cuidado una lámpara. Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé.

Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude contener el sollozo y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste. Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Te cubrí cuidadosamente y salí de la habitación.

Seguro que algún día sabrás que los padres no somos perfectos, pero sobre todo, ojalá te des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.

(Desconozco el autor).

8 maneras de ayudar a nuestros hijos adolescentes

  • Cuidar el vínculo: En primer lugar, para que se pueda dar la autonomía, primero tiene que existir un buen vínculo. Trata de proporcionar afecto a tus hijos, intenta tener momentos agradables y distendidos con ellos, fomenta la comunicación libre y sincera, y trata de entablar conversaciones que no tengan que ver con responsabilidades o temas de discordia (estudios, desorden, amigos que no nos gustan). Relaciónate sin más con él, y evidencia el disfrute de esa relación.
  • Hacer equipo: Los padres debemos funcionar como un equipo fuerte y unido. Trata de pactar con tu pareja un criterio educativo común y procurad no desdeciros nunca delante de los hijos.chico saltando
  • Delegar gradualmente la toma de decisiones en los hijos: Permite que tus hijos tomen decisiones desde pequeños, pasando poco a poco de cuestiones menos relevantes (por ejemplo, el jersey que se quiere poner hoy) a temas más importantes (por ejemplo, el itinerario educativo que quiere seguir en 4º de la ESO). Hay muchos temas sobre los que ya pueden ir decidiendo, como por ejemplo, la elección de su grupo de amigos, la decoración de su cuarto, el tipo de vestimenta, los horarios de estudio… Acepta las decisiones que tus hijos van tomando, a pesar de que no sean las que a ti te hubieran gustado, y deja que tus hijos vivan las consecuencias de las decisiones que han adoptado.
  • Traspasar progresivamente las responsabilidades a los hijos: Cuando los hijos eran niños, los padres asumíamos muchas funciones que, ahora que son adolescentes, les podemos ir delegando. Nuestros hijos adolescentes ya pueden despertarse por sí mismos, preparar su desayuno, llevar la ropa a la lavadora, hacer sus deberes, llevar las llaves de casa y manejar su dinero.  Trata de dar a tus hijos cada vez más responsabilidades, de forma gradual, y siempre teniendo en cuenta sus capacidades. La asunción de estas responsabilidades les hará más maduros y autónomos.
  • Permitir que los hijos vivan las consecuencias de sus decisiones y sus comportamientos: Hacerse responsable no sólo implica tomar decisiones o comportarse libremente; también conlleva asumir las consecuencias que generan esas decisiones y esos actos. Cuando tus hijos tomen una mala decisión, trata de apoyarles, pero no les ahorres todas las dificultades ni les vayas a resolver todos sus problemas; estas consecuencias van a ayudar a nuestros hijos a aprender de sus errores, más que cualquier sermón que le podamos soltar. Por último, trata de no incumplir las advertencias que les hayas hecho al respecto.
  • Establecer unas normas y unos límites: Los hijos necesitan que les impongamos unos límites razonables, similares a los que tendrán que enfrentarse en el mundo adulto. Podemos exigirles, por ejemplo, un respeto, un orden en los espacios comunes, un control de sus gastos, unos horarios de llegada pactados y que estudien o trabajen. Estos límites van a ayudar a nuestros hijos a adaptarse a la realidad, indicándole lo que pueden y no pueden hacer, lo que es negociable y lo que no lo es.
  • No sermonear ni entrar en batalla con los hijos: Cuando los hijos se ponen tercos con algún tema, no por sermonearles durante mucho tiempo ni por entrar en luchas de poder con ellos, les vamos a hacer cambiar de criterio. Al contrario, es posible que se pongan a la defensiva y adopten una postura rebelde, contraria a todo lo que le digamos. Por ello, cuando entramos en batallas sin fin, es mejor interrumpir la disputa y dejar que nuestros hijos se enfríen; cuando estén más calmados, es posible que se muestren más receptivos con aquello que le queremos transmitir. Recuerda que no podemos pedir a nuestros hijos que se controlen si nosotros no somos capaces de controlarnos con ellos.
  • Reforzar los logros de los hijos sin focalizar demasiado en lo negativo: Es importante que reconozcamos las habilidades, los logros y los comportamientos responsables de nuestros hijos. Si no reforzamos de vez en cuando y sólo señalamos lo que nos disgusta de ellos, sentirán que estamos muy en contra de ellos y dejarán de mostrarnos sus facetas más maduras. Debemos ser prudentes y evitar emitir juicios peyorativos o descalificaciones categórcias sobre nuestros hijos.

Texto cedido por el Instituto Madrileño de Formación y Estudios Familiares.