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Cómo hacer una crítica sin ofender
Hacer una crítica, es pedir un cambio, es hacerle consciente al otro, de qué es lo que nos molesta, para que lo cambie.
Normalmente, hacemos mal las críticas, y lo que conseguimos es que nuestro interlocutor se sienta atacado y se ponga a la defensiva en lugar de cambiar.
Lo primero, será tener claro cuál es nuestro objetivo, qué es lo que queremos que el otro haga, deje de hacer, o haga de manera diferente.
No es conveniente abusar de las críticas, ni utilizarlas de manera general, empleando las palabras: todo, nada, nunca y siempre.
Para hacer una crítica tenemos que elegir bien el momento,
- Así, si yo estoy tranquilo y contento no me dejaré llevar por el enfado, y tendré más presentes mis objetivos.
- Y si el otro, está tranquilo y contento, tendrá una actitud más receptiva y será más probable que cambie aquello que me molesta.
Para hacer bien una crítica sin que el otro se enfade y aumentado la probabilidad de que cambie aquello que nos ha molestado utilizaremos:
- Los mensajes yo.
- Y la Técnica del bocadillo.
Los Mensajes yo, son aquellos mensajes que se envían en primera persona.
No implican evaluación negativa del otro (al contrario que en los mensajes tú), no dañan la relación, y aumentan la probabilidad de que el otro cambie.
No será lo mismo decirle a tu hijo:
- “Eres un desastre.”
- Qué decirle: “Cuando dejas la ropa tirada en tu habitación siento que no valoras el trabajo que me ha dado lavarla y plancharla.”
También utilizaremos la Técnica del bocadillo, que consiste, en disminuir la carga negativa de lo que decimos, diciendo también algo positivo o incorporando la empatía.
- Empezaremos por empatizar. Siguiendo el ejemplo anterior podremos decir: “Entiendo que tengas prisa y que estés cansado.”
- Luego, diremos lo que nos molesta utilizando Mensaje yo: “Cuando dejas la ropa tirada en tu habitación siento que no valoras el trabajo que me ha dado lavarla y plancharla.”
- Y para terminar, expresaremos algo positivo. Por ejemplo: “Eres un chico muy comprensivo y sé que ahora que sabes cómo me siento vas a cuidar más la ropa.”
Recuerda que no conviene abusar de las críticas y que la diana de nuestras críticas serán las conductas, no las personas.
Cómo recibir una crítica
No nos suele gustar que nos señalen nuestros errores, ni nuestros puntos débiles, porque normalmente, las críticas que recibimos están mal hechas y las vivimos como un ataque.
A este ataque solemos contestar con un contraataque, y muchas veces, nos vemos inmersos en una discusión que no llega a ninguna parte.
Lo ideal, es interpretar las críticas como una oportunidad para aprender y mejorar.
Pero, ¿cuál es la mejor manera de actuar cuando nos critican?:
- Lo primero que tendremos que hacer, será escuchar la crítica sin interrumpir ni contraatacar. También podremos hacer preguntas para aclarar y concretar, qué es lo que le ha molestado. Si fuera necesario, tendremos que dedicar un momento a respirar hondo y relajarnos.
- Cuando hayamos escuchado toda la crítica empatizaremos con la emoción de la persona que nos critica, diciéndole por ejemplo: “Puedo entender tu enfado”.
Estos dos primeros pasos: escuchar y empatizar, hacen que el otro se tranquilice y esté en condiciones de escucharnos.
En tercer lugar valoraremos:
- Si, la persona es importante, la crítica es verdadera y decido cambiar.
- Si, la crítica es verdadera, pero decido no cambiar.
- O si la crítica, directamente, no es verdadera.
- Si la persona es importante, la crítica es verdadera y decido cambiar.
- Primero acepto mi responsabilidad para terminar de tranquilizar a la otra persona. : “Es verdad que…”
- Segundo, expongo, si es necesario, mi punto de vista o aporto más información.
- Y por último expreso mi deseo de cambio y concreto en qué.
- Si la crítica es verdadera, pero decido no cambiar.
- Por un lado, acepto la posibilidad de que lo que me dicen sea cierto: “Es posible que…”
- Pero por otro, expreso claramente mi opinión, y mi intención de no cambiar.
- Por último, si la crítica, directamente, no es verdadera.
- Explicaré mi punto de vista.
- Y añadiré, si fuera necesario, más información sobre el tema.
No debemos olvidar, que recibir una crítica es una buenísima oportunidad para aprender aunque nuestro interlocutor, no siempre, tenga la habilidad para hacérnosla de la manera más adecuada.
Cómo decir no utilizando la técnica del bocadillo
En muchas ocasiones, un NO, es la forma de manifestar nuestro criterio y defender nuestra postura. Cuando queremos decir NO, y lo decimos sin sentir culpa, ganamos en seguridad y autoestima.
Tenemos que ser capaces de decir NO de manera clara e inequívoca, pero procurando que el otro no se sienta ofendido.
A la hora de decir NO iremos a grano. Podremos dar razones, pero nunca, excusas ni justificaciones.
Hay diversas técnicas para decir NO, y una de las más eficaces, es la Técnica del bocadillo. Consiste en disminuir la carga negativa del NO, con la empatía y el refuerzo.
- Lo primer qué haremos, será empatizar o expresar algo positivo. (Esto, hará que se abran los canales de comunicación favoreciendo que seamos escuchados).
- Después, vendrá el NO, con un pequeño argumento, sin excusas ni justificaciones.
- Y para terminar, expresaremos de nuevo algo positivo o empatizaremos. (Esto mitigará la carga negativa del NO, favoreciendo que la otra persona no se sienta ofendida).
Por ejemplo, si nuestra hija nos pide un móvil de manera insistente.
- Podremos empezar con el refuerzo, para que nos escuche sin ponerse a la defensiva, diciéndole: “En otras ocasiones has sido muy comprensiva y respetuosa con nuestras decisiones.”
- Luego vendría el No, por ejemplo: “Y esta vez, tu padre y yo, hemos decidido que todavía no te lo vamos a comprar.”
- Para terminar utilizaremos la empatía para disminuir las probabilidades de conflicto: “Entiendo que quieras un móvil porque todas tus amigas tienen uno, y entiendo también tu enfado, pero espero que con el tiempo entiendas nuestra decisión.”
Este mensaje verbal, para ser efectivo, tiene que ir acompañado de un lenguaje no verbal que transmita seguridad y contundencia sin llegar a ser agresivo. Que diga algo así como:”Por mucho que insistas no voy a cambiar de opinión, esta es mi última palabra.”
No podemos olvidar que el peor NO es el que no hemos sido capaces de decir por miedo, culpa o indecisión, es el que se queda dentro de nosotros, mermando nuestra autoestima y haciendo que acumulemos rencor y resentimiento.
Empatía: qué es, cómo utilizarla y para qué nos sirve
- Empatizar es ponerse en el lugar del otro, entender y comprender su postura, circunstancias y sentimientos sin tener que identificarnos con él.
- Pero no es suficiente con entender y comprender, es muy importante que el otro se sienta comprendido, para lo que utilizamos frases como:
- “Puedo imaginar cómo te sientes”, “Te entiendo”…
- Ser empáticos no quiere decir que estemos de acuerdo con la otra persona, no es sinónimo de aceptación, y no tiene nada que ver con la simpatía. Puedo utilizar la empatía, como herramienta de comunicación, con una persona con la que no esté de acuerdo o que incluso me caiga mal.
- También se suele confundir la empatía con la sobreempatía. Empatizar consiste en comprender al otro, no en sentir lo que él siente y sufrir con él. Actuando así, solo conseguiremos hacernos daño, y perder la oportunidad de ayudar al otro.
Para empatizar tendremos que seguir tres pasos:
- El primer paso será observar la conducta no verbal:
- Analizaremos lo que nuestro interlocutor, consciente o inconscientemente, nos transmite a través de sus gestos y movimientos.
- Recordemos que el “lenguaje no verbal” es el que refleja los sentimientos y las emociones de las personas, y que cuando haya incongruencia entre lo verbal y lo no verbal nos tendremos que quedar con lo no verbal.
- El segundo paso es llevar a cabo una buena escucha:
- Mostraremos una actitud cercana mirando a los ojos a nuestro interlocutor, inclinándonos ligeramente hacia él y sintonizando el gesto de nuestro rostro con su emoción.
- También podemos hacerle preguntas aclaratorias, enfatizar determinados contenidos, resumir los puntos más importantes y todo lo que consideremos necesario para que se sienta escuchado.
- El tercer, y último, paso a la hora de empatizar, consiste en comprender y demostrar que hemos comprendemos:
- Para conseguir este objetivo debemos transmitir al otro nuestra comprensión sin ambigüedad. Por ejemplo podremos decirle: “Entiendo perfectamente tu malestar.” Sintonizando siempre con su emoción.
Hasta aquí, hemos visto qué es y qué no es empatizar, y qué pasos debemos seguir para ponernos en el lugar del otro. Pero, ¿para qué nos sirve empatizar?
La empatía, es un recurso fundamental para la resolución de conflictos. Nos ayuda a recoger más y mejor información, a identificar las emociones del otro y a comprender puntos de vista diferentes al nuestro.
Por un lado, ayuda a disminuir los estados emocionales desagradables, como el enfado y la tristeza. Y por otro, nos ayuda a reforzar los estados emocionales agradables, como la alegría.
La empatía también nos sirve para generar vínculos más sólidos con los demás y para mantener relaciones más profundas y duraderas.
Los secretos de una buena escucha
Escuchamos de forma activa cuando estamos atentos a todo el proceso de comunicación; es decir, además de escuchar el mensaje verbal, observaremos y analizaremos con detenimiento toda la comunicación no verbal. Pero muchas veces, no será suficiente con entender lo que nos dicen, y tendremos que dar señales inequívocas de que estamos escuchando.
Y, ¿cómo transmitimos a nivel no verbal que estamos escuchando?
- Es fundamental mirar directamente a los ojos, pero sin intimidar.
- Podemos acercarnos físicamente, con la postura un poco inclinada hacia nuestro interlocutor y asentir con la cabeza.
- Nuestra expresión facial será de atención y sintonizaremos con la emoción que está sintiendo la otra persona.
- Es muy importante sonreír, siempre que sea oportuno, ya que la sonrisa es muy útil para eliminar barreras y hacer que la otra persona se sienta bien.
También podemos transmitir que estamos escuchando utilizando la comunicación verbal. Para ello:
- Emitiremos palabras o murmullos que demuestren nuestra atención, como por ejemplo: “si”, “claro”, “lógico”, “desde luego”.
- Conviene, también, hacer preguntas aclaratorias para recabar más información y demostrar nuestro interés. Podremos preguntar: ¿tú crees?, ¿cómo fue exactamente?, ¿qué pasó?
- Finalmente podremos resumir o parafrasear lo que el otro ha dicho para comprobar que le hemos entendido correctamente.
Hacer una buena escucha, aunque a simple vista pueda parecer sencillo, entraña cierta dificultad y necesita mucha práctica.
- Debemos tener especial cuidado de no interrumpir, hablar de uno mismo o cambiar de tema mientras escuchamos. Muchas veces, en lugar de escuchar, lo que hacemos es pensar en qué vamos a decir a continuación.
- Evita, también, dar un consejo antes de tiempo, tranquilizar al otro o quietarle importancia a lo que nos está contando. Esto lo solemos hacer con la mejor intención y pensamos que estamos ayudando a nuestro interlocutor, pero no es así. Lo que conseguimos es que la otra persona se sienta incomprendida.
- Otro error muy común a la hora de escuchar es fingir que hemos comprendido cuando no es así y esto solo entorpece la comunicación.
No debemos olvidar que la escucha es una herramienta fundamental para la resolución de conflictos.
Carta de un padre a su hijo
Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor. Te regañé porque estabas tardando demasiado en desayunar, te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta.
Comenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te volví a regañar y te empujé para que fueras a cambiarte de inmediato.
Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del coche tenías la mirada perdida. Te despediste de mí tímidamente y yo sólo te advertí que no te portaras mal.
Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puestos tus pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos; que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte. Te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras andabas te indiqué que caminaras erguido.
Más tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque no parabas de jugar. Con un golpe sobre la mesa grité que no soportaba más ese escándalo y subí a mi cuarto.
Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude. ¿Cómo podía un padre, después de hacer tal escena de indignación, mostrarse sumiso y arrepentido?
Luego escuché unos golpecitos en la puerta. “Adelante”, dije, adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación. Te miré con seriedad y pregunté: “¿Te vas a dormir? ¿Vienes a despedirte?”
No contestaste. Caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente. Te abracé… y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suavemente en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba.”Hasta mañana papá” me dijiste.
¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente? Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueras igual a mí y ciertamente no eres igual.
Tú tienes unas cualidades de las que yo carezco: eres legítimo, puro, bueno y, sobre todo, sabes demostrar amor.
¿Por qué me costaba tanto trabajo? ¿Por qué tenía el hábito de estar siempre enfadado? ¿Qué es lo que me estaba aburriendo? Yo también fui niño. ¿Cuándo fue que comencé a contaminarme?
Después de un rato entré a tu habitación y encendí con cuidado una lámpara. Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé.
Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude contener el sollozo y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste. Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Te cubrí cuidadosamente y salí de la habitación.
Seguro que algún día sabrás que los padres no somos perfectos, pero sobre todo, ojalá te des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.
(Desconozco el autor).
Empatía y neuronas espejo
Somos criaturas sociales y nuestra supervivencia depende de entender las intenciones y emociones que traducen las conductas manifiestas de los demás.
Como afirma Rizzolatti y Sinigaglia (2006), las neuronas espejo permiten entender la mente de nuestros semejantes, y no a través de razonamiento conceptual, sino directamente, sintiendo y no pensando.
La actividad de las neuronas espejo parece indicar que la observación de la acción llevada a cabo por otros individuos evoca en el cerebro del observador el diseño de un acto motor análogo al espontáneamente activado por voluntad propia. Los sistemas de neuronas espejo posibilitan el aprendizaje de gestos por imitación: sonreír, caminar, hablar, bailar, jugar al fútbol, etc., pero también sentir que nos caemos cuando vemos por el suelo a otra persona, la pena que sentimos cuando alguien llora, la alegría compartida.
Podemos observar que la alegría, la tristeza, el miedo, el asco, etc. son emociones susceptibles de ser compartidas por quien las observa. Nuestras relaciones con el entorno y con nuestros propios comportamientos emotivos dependen de nuestra capacidad para comprender las emociones ajenas.
Cuando vemos a otra persona en apuros, parece que inconscientemente simulamos tales apuros en nuestra mente, como si sintiéramos las sensaciones negativas de la otra persona y ello nos llevara actuar para aliviar su situación.
El mecanismo de las neuronas espejo permite la comprensión inmediata del estado emocional de los demás, antes que cualquier mediación cultural o lingüística. Pero no se olvide que una cosa es la empatía y otra la simpatía, una cosa es comprender cómo se siente un vecino y otra cosa es que nos hagamos cargo de su situación y seamos compasivos.
En la empatía experimentada ante situaciones emotivas influyen factores de tipo cognitivo y social como la proximidad y familiaridad con la persona observada.
La empatía no es únicamente una reacción instintiva innata, depende también de la educación y de la experiencia.
Rizzolatti, G., Fogassi, L. y Gallese, V. (2001). Neurophisiological mechanisms underlying the understanding and imitation of action. Nature Rewiews Neuroscience. 2, 661-670.
Rizzolatti, G. y Sinigaglia, C. (2006). Las neuronas espejo. Barcelona: Paidós.
¿Qué es empatía?
Existen distintas concepciones de la empatía: unos autores la conciben en términos cognitivos, hasta el punto de confundirse con la toma de perspectiva, mientras que otros lo hacen en términos afectivos.
Davis (1996), señala que unos y otros autores se estarían fijando en distintos aspectos del fenómeno: las definiciones de empatía en términos de respuesta afectiva son definiciones centradas en el resultado, mientras que las definiciones de la empatía como toma de perspectiva se centran más en el proceso que da lugar a dicho resultado. Este autor propone un modelo multidimensional de la empatía en el que incluye y pone en relación los componentes cognitivo y afectivo de la misma.
Hoy en día la mayor parte de los autores coincide en distinguir entre toma de perspectiva y empatía, y en concebir la empatía como una respuesta afectiva más congruente con el estado emocional de otra persona que con el propio, una respuesta emocional en la cual –subrayan– la toma de perspectiva juega un papel fundamental (Eisenberg, 2000; Eisenberg y Strayer, 1992; Hoffman, 1992, 2002). Batson y colaboradores (Batson, Fultz y Schoenrade, 1992; Batson, O´Quin, Fultz, Vanderplas e Isen, 1983) han propuesto, apoyándola con datos empíricos, una distinción que luego ha sido muy fructífera e influyente en este terreno: la distinción entre empatía, respuesta afectiva de preocupación o compasión ante el sufrimiento ajeno en la que la atención se centra en la víctima, y malestar personal, respuesta emocional en la que el centro de atención es el propio sujeto. La toma de perspectiva parece constituir la clave precursora de las reacciones específicamente empáticas (Batson et al., 1992).
Esta capacidad no significa necesariamente que el observador deba adoptar la misma perspectiva, sino que es la habilidad para reconocer los estados anímicos del otro, lo que requiere una serie de valores como sensibilidad, comprensión, destreza perceptiva, capacidad para adoptar y entender los roles sociales y madurez.
Para autores como Hoffman (2002), la capacidad empática representa una condición fundamental de la moralidad, favoreciendo, entre otros aspectos, todo tipo de conductas de ayuda y solidaridad.