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Cómo sacar partido al ocio y tiempo libre con nuestros hij@s

volando en tiovivoNormalmente, los padres prestamos más atención a los aspectos más formales de la educación (alimentación, estudio, higiene, sueño, salud), pero deberíamos poner el mismo interés en formar a nuestros hijos para el desarrollo de actividades de ocio saludables y gratificantes. Para ello, tenemos varios medios:

1. Ser modelos para el ocio de los hijos

Si nuestros hijos nos ven hacer deporte, salir con amigos, leer…, es posible, aunque no sea seguro, que puedan aficionarse a ésta u otras actividades. Por el contrario, si nuestro tiempo libre transcurre en torno a la televisión, la casa y la rutina, probablemente adopten estos mismos comportamientos como consecuencia del modelo aprendido para la utilización de su tiempo libre.

2. Practicar actividades de ocio en familia

Nuestro tiempo de ocio, cuando lo compartimos con nuestros hijos, se convierte en un espacio para la educación que nos permitirá contribuir al desarrollo afectivo, intelectual y social de nuestros hijos, además de facilitarles alternativas saludables para que desarrollen sus propias aficiones.

  • Ir al cine, museo, deporte, senderismo, manualidades, cría de animales (en familia), fiestas populares

3.  Educar para el ocio:

  • Respetar la autonomía y libre elección de nuestros hijos sobre gustos y aficiones. Entender que nuestros hijos son distintos; por tanto, podrán diferir en sus gustos, aficiones y entretenimientos.
  • Orientarles y fomentarles sus aptitudes, que podremos reconocer a través de la observación de sus intereses y reacciones de agrado o desagrado ante diferentes alternativas lúdicas.
  • Compatibilizar el ocio individual (Ej: videoconsola) con el compartido, favoreciendo la integración y las relaciones grupales.
  • Identificar las actividades de ocio nocivas y hablar de ello con nuestros hijos.
  • Informarles y estimularles hacia las diversas alternativas de ocio. Es conveniente que conozcamos los recursos de los que dispone el colegio (actividades extraescolares), el barrio o la ciudad (asociaciones, centros culturales, lúdicos y deportivos, grupos scouts) y participar en su potenciación, mejora y consolidación. Establecer lazos comunitarios y promover actividades saludables sirven a nuestros hijos como factores de protección frente al consumo de drogas y otras conductas de riesgo. La falta o escasa información sobre las distintas posibilidades de entretenimiento limitan la capacidad de decidir de nuestros hijos, pudiendo generar en ellos una actitud de apatía y aburrimiento.

(Texto cedido por IMFEF)

La importancia del grupo de amig@s para los adolescentes

grupo de amigos al atardecerLa función del grupo de amigos es ayudar al adolescente a transformar su estructura emocional, proporcionándole libertad y favoreciendo su autonomía. El adolescente se adapta a las reglas del grupo haciéndolas suyas y convirtiéndolas en propias, proceso que le puede suponer tanto la aprobación como el rechazo del grupo, y que va a influir mucho en su autoestima.

La importancia de los amigos para el adolescente responde a su incesante búsqueda de identidad, justo en un momento en el que empieza a diferenciarse de su familia de origen. El vínculo con el grupo le proporcionará seguridad y reconocimiento social, es a la vez un marco afectivo y un medio de acción. De ahí que le sirva para adquirir confianza en sí mismo, ya que le permite encontrar su propia imagen, reconocerse y valorarse, sobre todo al experimentar que sus amigos piensan y sienten como él. Por otra parte, en el grupo puede probar conductas diferentes a las que tiene en la familia, a la vez que empieza a independizarse de sus padres y experimenta una autonomía.

En efecto, el adolescente necesita un espacio fuera del entorno familiar donde resolver sus propios conflictos y consolidar su identidad. A partir de ahora, los amigos serán su “otra familia”, en la que va a desarrollar una nueva identidad sexual, psicológica y social. Recordemos que la cultura adolescente es y funciona como un sistema de valores y creencias cuya forma de expresión y máximo exponente son las tribus urbanas; el adolescente tiende a agruparse con otros que experimentan las mismas necesidades, dudas y frustraciones. El grupo impone a sus miembros valores, héroes, música y vestimentas, e incluso marcas corporales como tatuajes o “piercings” que, en definitiva, significan pertenecer a un determinado grupo, con unas señas de identidad común y propia. En algunas ocasiones, la plena integración pasa por experiencias en cierto modo peligrosas, de manera que el joven, por ejemplo, puede sentirse presionado por los amigos a iniciarse en el consumo de drogas.

Un chico, sin red social, no es nada. Mejor ampliar red social que recortársela. Es mejor integrarle en otras actividades para que amplíe su red social y conozca a gente nueva, que recortársela.

(Texto cedido por el IMFEF)

Cómo ayudarles a tomar buenas decisiones

nina en la orillaNuestros hij@s se van a enfrentar en su adolescencia a numerosas decisiones: elección de optativas, temas de trabajos de clase, actividades extraescolares, elección de parejas o grupo de amigos, invitaciones a consumir alcohol, porros u otras drogas.

Tomar decisiones significa elegir entre distintas alternativas y es una habilidad que puede mejorarse con la práctica. Aunque incluso con ésta, no siempre acertaremos tomando la mejor decisión.

Para ayudarles a tomar buenas decisiones, podemos plantearles los siguientes pasos:

  • Definir el problema y los objetivos.
  • Pensar en muchas alternativas para solucionarlo.
  • Valorar las consecuencias de cada alternativa: ventajas e inconvenientes a corto y a largo plazo. Puede ser interesante realizar una búsqueda activa de información sobre el tema sobre el que queremos decidirnos, y contrastar las consecuencias con el entorno (padres, hermanos, amigos).
  • Elegir la mejor alternativa para mí y llevar la decisión a la práctica.
  • Aceptar la decisión tomada por nuestros hijos.
  • Incrementar en número y en importancia las ocasiones en las que tienen que tomar decisiones.

(Texto cedido por el IMFEF)

Aprender a hacer reconocimientos

ramoEs importante saber hacer críticas, pero no sólo debemos fijarnos en lo que de los demás nos disgusta. A todos nos gusta que nos resalten nuestras cualidades positivas, por pequeñas que éstas sean, y aunque hacemos muchas cosas bien, no siempre dedicamos a los puntos fuertes toda la atención que merecen.

Nuestros hijos también necesitan saber lo que de ellos nos agrada. Por este motivo, también debemos prestar atención a las muchas cosas que nos parecen agradables y “correctas” de ellos, incluso a las excepciones (por ejemplo, nuestro hijo nunca recoge la mesa, pero hoy lo hizo). Nuestros hijos aprenderán mucho más rápido si resaltamos sus aciertos y valoramos sus logros, por sencillos que éstos sean, porque les motivamos y estimulamos para seguir mejorando. Por eso, debemos dedicar tiempo para conocer sus aspectos positivos y expresárselo en forma de reconocimientos.

Un reconocimiento es un comentario positivo que hacemos a la otra persona, con amabilidad y sinceridad. Con ello, le ponemos de manifiesto con nuestras palabras algunas de sus cualidades más positivas.

Los reconocimientos positivos pueden señalar características naturales (“¡Qué guapa eres!”), sus acciones (“Has estudiado muchísimo!,¡menudas notas me traes!¡” o “gracias por echar una mano recogiendo la mesa”) y sus actitudes (“eres muy cariñoso”). Como vemos, existen muchas posibilidades de expresar comentarios positivos a una persona.

(Texto cedido por el IMFEF)

Los cinco principios de la comunicación

madre rizos hablando con nina capucha1)  Todo es comunicación:

En este primer punto, podemos tomar conciencia de que cualquier conducta comunica algo, y puesto que es imposible no comportarse, es imposible no comunicar. Podemos afirmar, por tanto, que todo es comunicación. Por ejemplo, aunque permanezcamos en silencio delante de nuestro hijo, siempre le estaremos comunicando algo: indiferencia, enfado, tristeza, vacío, inapetencia para hablar; siempre le vamos a comunicar algo, aunque no tengamos intención de hacerlo.

2) Hay dos niveles de comunicación: Contenido y Relación.

Siempre que comunicamos un contenido o información a otra persona, definimos también un tipo de relación con ésta. Por ejemplo, cuando le decimos a un hijo: “Te espero a las diez en casa”, una serie de elementos como el tono de voz, la expresión de la cara o los gestos, van a determinar el tipo de relación que establecemos con él (de alianza, imposición, duda…) y la manera de interpretar el contenido que le transmitimos.

Con frecuencia, luchamos con nuestros hijos por cambiar el tipo de relación que establecemos, pero si lo hacemos a través del contenido incrementaremos los conflictos. Por ejemplo, en la adolescencia es común que los hijos se rebelen a la autoridad de los padres, y que los padres intenten controlar la conducta de los hijos; ambos discuten encendidos por contenidos poco relevantes, pero por lo que luchan en el fondo es por el tipo de relación a establecer entre ellos (de jerarquía o de igualdad).

A menudo, para resolver los conflictos suele ser interesante hablar de la manera en la que nos estamos relacionando y no del contenido en concreto por el que estamos discutiendo. Por ejemplo: “¿No te da la sensación de que los dos nos estamos encendiendo demasiado por esta tontería?”; “cuando me hablas así, me haces daño”; o “siento que a veces te agobio, y lo siento, pero quiero que sepas que aún quiero apoyarte y cuidarte”.

3) La causa de los conflictos es relativa:

La causa de los conflictos recurrentes es relativa, pues depende de dónde sitúa cada uno el inicio de los mismos. Pensemos, por ejemplo, en unas discusiones recurrentes entre padres e hijo; el hijo piensa sobre los padres: “me rebelo porque me tratan como a un niño pequeño”, y los padres piensan sobre el hijo: “le regañamos porque se porta como un niño rebelde”… Todo depende de dónde situamos la causa del conflicto, si en la rebeldía o en el regaño.

Por lo general, las personas que intervienen en una interacción creen que su punto de vista es el “correcto” y reprochan a los otros  por su postura. Sin embargo, las maneras de interactuar y comunicarse se refuerzan mutuamente, por lo que ambos tienen parte de responsabilidad.

A la hora de buscar cambios, es importante tener en cuenta que sólo tenemos acceso a cambiarnos a nosotros mismos y que las responsabilidades de cambio siempre son compartidas. Cambiar la manera de ver la causa de los conflictos nos ayudará a encontrar soluciones a los mismos.

4) Comunicación verbal y no verbal:

Nos comunicamos mediante dos formas distintas:

  • Verbal: La relación entre lo que designamos y el modo en que lo hacemos es arbitraria. Por ejemplo, no existe relación alguna entre la sensación de alegría y la palabra “alegría”.
  • No verbal: En ella, existe una relación entre lo designado y lo que lo designa. Por ejemplo, sonreímos para mostrar alegría.

El Contenido, lo que comunicamos, se suele transmitir de modo verbal y lo Relacional, la relación que construimos al comunicarnos, de modo no verbal.

5) Relaciones simétricas y complementarias.

Una relación simétrica está basada en la igualdad, los dos participantes están en igualdad de condiciones y funcionan cooperando. Por ejemplo, nuestro hijo baja a tirar la basura mientras nosotros estamos preparándole la cena. Una variedad problemática de este tipo de relación es la Escalada Simétrica, en la que se rompe la cooperación y se entra en una lucha por ver quién es el más fuerte. Por ejemplo: Discusiones fuertes entre padres y adolescentes por la hora de llegada, o Padres que insisten en que el hijo les cuente qué ha hecho con los amigos, pero el hijo se rebela callando.

Por otro lado, una relación complementaria se basa en la desigualdad de poder y tiende a reforzarse con la interacción. Por ejemplo: Padres que animan a que el hijo tímido hable; cuanto más se le insiste, más se inhibe.

Causas de la crisis de autoridad con los adolescentes

chicas en camionActualmente, algunos padres creen que no pueden hacer nada a la hora de educar a los adolescentes, se limitan a mantenerlos (alimentación, vivienda y ropa) además de mucho ocio y una escuela, en la que en ocasiones, se le pide que eduquen a sus hijos.

A veces se actúa así no por dejadez, sino porque los padres se encuentran desorientados, desmotivados, desbordados y sin habilidades específicas. Algunos de los factores e ideas que dificultan el ejercicio de la autoridad son:

  • Las modificaciones en los roles de padre y madre. A veces se generan involuntariamente vacíos de poder.
  • Influencias mediáticas y presiones sociales o grupales (televisión, amigos, grupos, mensajes sociales confusos, etc.)
  • El poco tiempo que tenemos para compartir, educar y relacionarse, al que obliga el tipo de vida que se lleva en la actualidad.
  • Los sentimientos de culpa de los padres y madres trabajadores, al tener que compartir difícilmente trabajo y familia.
  • La identificación de la autoridad con el autoritarismo, que nos aleja de todo lo relacionado con el concepto de disciplina, al igualarlo al de humillación.
  • La idea de ser unos padres perfectos, que hace asumir más el papel de amigo de mis hijos, que el de referente adulto.
  • El miedo a que la práctica de la autoridad le haga infeliz, le provoque traumas, hace que se le permita todo.
  • La modificación de los sistemas de valores en la sociedad actual, donde el mayor valor es ser joven, menoscabándose otros como el respeto al adulto, el valor de la madurez o los criterios que dan la experiencia.
  • El desfase entre unos valores de necesidad de subsistencia y la situación actual de superabundancia, en las dos generaciones que están involucradas en la educación.

Texto cedido por el IMFEF.

8 maneras de ayudar a nuestros hijos adolescentes

  • Cuidar el vínculo: En primer lugar, para que se pueda dar la autonomía, primero tiene que existir un buen vínculo. Trata de proporcionar afecto a tus hijos, intenta tener momentos agradables y distendidos con ellos, fomenta la comunicación libre y sincera, y trata de entablar conversaciones que no tengan que ver con responsabilidades o temas de discordia (estudios, desorden, amigos que no nos gustan). Relaciónate sin más con él, y evidencia el disfrute de esa relación.
  • Hacer equipo: Los padres debemos funcionar como un equipo fuerte y unido. Trata de pactar con tu pareja un criterio educativo común y procurad no desdeciros nunca delante de los hijos.chico saltando
  • Delegar gradualmente la toma de decisiones en los hijos: Permite que tus hijos tomen decisiones desde pequeños, pasando poco a poco de cuestiones menos relevantes (por ejemplo, el jersey que se quiere poner hoy) a temas más importantes (por ejemplo, el itinerario educativo que quiere seguir en 4º de la ESO). Hay muchos temas sobre los que ya pueden ir decidiendo, como por ejemplo, la elección de su grupo de amigos, la decoración de su cuarto, el tipo de vestimenta, los horarios de estudio… Acepta las decisiones que tus hijos van tomando, a pesar de que no sean las que a ti te hubieran gustado, y deja que tus hijos vivan las consecuencias de las decisiones que han adoptado.
  • Traspasar progresivamente las responsabilidades a los hijos: Cuando los hijos eran niños, los padres asumíamos muchas funciones que, ahora que son adolescentes, les podemos ir delegando. Nuestros hijos adolescentes ya pueden despertarse por sí mismos, preparar su desayuno, llevar la ropa a la lavadora, hacer sus deberes, llevar las llaves de casa y manejar su dinero.  Trata de dar a tus hijos cada vez más responsabilidades, de forma gradual, y siempre teniendo en cuenta sus capacidades. La asunción de estas responsabilidades les hará más maduros y autónomos.
  • Permitir que los hijos vivan las consecuencias de sus decisiones y sus comportamientos: Hacerse responsable no sólo implica tomar decisiones o comportarse libremente; también conlleva asumir las consecuencias que generan esas decisiones y esos actos. Cuando tus hijos tomen una mala decisión, trata de apoyarles, pero no les ahorres todas las dificultades ni les vayas a resolver todos sus problemas; estas consecuencias van a ayudar a nuestros hijos a aprender de sus errores, más que cualquier sermón que le podamos soltar. Por último, trata de no incumplir las advertencias que les hayas hecho al respecto.
  • Establecer unas normas y unos límites: Los hijos necesitan que les impongamos unos límites razonables, similares a los que tendrán que enfrentarse en el mundo adulto. Podemos exigirles, por ejemplo, un respeto, un orden en los espacios comunes, un control de sus gastos, unos horarios de llegada pactados y que estudien o trabajen. Estos límites van a ayudar a nuestros hijos a adaptarse a la realidad, indicándole lo que pueden y no pueden hacer, lo que es negociable y lo que no lo es.
  • No sermonear ni entrar en batalla con los hijos: Cuando los hijos se ponen tercos con algún tema, no por sermonearles durante mucho tiempo ni por entrar en luchas de poder con ellos, les vamos a hacer cambiar de criterio. Al contrario, es posible que se pongan a la defensiva y adopten una postura rebelde, contraria a todo lo que le digamos. Por ello, cuando entramos en batallas sin fin, es mejor interrumpir la disputa y dejar que nuestros hijos se enfríen; cuando estén más calmados, es posible que se muestren más receptivos con aquello que le queremos transmitir. Recuerda que no podemos pedir a nuestros hijos que se controlen si nosotros no somos capaces de controlarnos con ellos.
  • Reforzar los logros de los hijos sin focalizar demasiado en lo negativo: Es importante que reconozcamos las habilidades, los logros y los comportamientos responsables de nuestros hijos. Si no reforzamos de vez en cuando y sólo señalamos lo que nos disgusta de ellos, sentirán que estamos muy en contra de ellos y dejarán de mostrarnos sus facetas más maduras. Debemos ser prudentes y evitar emitir juicios peyorativos o descalificaciones categórcias sobre nuestros hijos.

Texto cedido por el Instituto Madrileño de Formación y Estudios Familiares.

Adolescencia: el camino hacia la diferenciación

Con la entrada en la adolescencia, nuestros hijos van a tener que afrontar uno de los desafíos evolutivos más importantes del ciclo vital: el logro de la diferenciación.

A través de este proceso de desarrollo psicológico, nuestros hijos van a dejar de ser niños dependientes, para convertirse en adultos autónomos y responsables, con una identidad propia, diferente y diferenciada de la que los padres deseaban, y que han estado propiciando desde los comienzos.

Para lograr esta diferenciación, va a ser necesario que se produzca un ligeroadolescentes en el escate distanciamiento de los adolescentes respecto de sus padres, sin que ello suponga una ruptura del vínculo familiar. Observaremos que, con la entrada en la adolescencia, nuestros hijos pasan más tiempo en su cuarto o con sus amigos, y que ya no nos cuenten tantas cosas como antes. Este distanciamiento y apertura hacia lo extrafamiliar son, a veces, procesos dolorosos pero totalmente necesarios, pues van a posibilitar que los adolescentes se puedan reconocer como personas distintas, con criterios propios, con sentimientos, necesidades y expectativas diferentes de los de sus padres.

Con el desarrollo de la diferenciación no sólo van a cambiar los adolescentes, también van a transformarse las familias. El desafío evolutivo de la diferenciación no sólo requiere que los hijos se “desteten” de sus padres sino que los padres también dejen de ser los  que “alimentan” en exclusiva a sus hijos. Nuestros hijos van a incorporarse paulatinamente al mundo de los adultos, y como tal, vamos a tener que aprender nuevos roles parentales y nuevas maneras de relacionarnos con ellos, dejando de tratarles como a niños para tratarlos como “iguales”.

Este proceso de cambio individual y familiar, de seguro va a producir algunos episodios de confusión y conflicto. El adolescente va a quejarse con frecuencia de que no se le da la independencia que necesita, mientras que los padres reclaman a sus hijos que se comporten de una forma más responsable. Cada uno demanda los cambios que le conviene y que más le cuestan al otro: al adolescente le resulta difícil asumir las responsabilidades propias del mundo adulto, mientras que a los padres les cuesta aceptar que su hijo está creciendo. Padres e hijos se van a ir transformando mutuamente con el desarrollo de la diferenciación.

Texto cedido por el Instituto Madrileño de Formación y Estudios Familiares.